Autores
Marcio Seligmann
Palabras clave
Walter Benjamin, biopolítica, zoe, trabajo

12 diciembre, 2011

Cita

“En el momento en que la segunda técnica ha garantizado sus primeras conquistas revolucionarias, las cuestiones vitales del individuo –amor y muerte– exigen nuevas soluciones.”

Walter Benjamin

Glosa

Me propongo interpretar esta pequeña frase de Walter Benjamin, sacada de su ensayo sobre “La obra de arte en la era da su reproductibilidad técnica”, a partir de algunas consideraciones de Hanna Arendt. Con Hannah Arendt, podemos ver el final del siglo XVIII como coincidiendo con el triunfo de la necesidad y de la política como una técnica de vender (más que generar) la utópica felicidad. (Arendt 1988, 2008) La política se resume cada vez más a aquello que antes era tan sólo parte de la pequeña esfera doméstica y privada: la manutención de la vida con su eterno ciclo de producción y consumo. (2008: 144ss.) El parámetro para juzgar la acción política sigue cada vez más una lógica de manutención y reproducción de la vida, se trata de una bio-lógica, o, según Agamben, de una lógica de la zoe, la vida desprovista de organización, que pasó a dominar la acción política. Arendt, hablando del proceso de automación, afirma que “al final, sólo el esfuerzo por consumir restará las ‘fatigas y penas’ inherentes al ciclo biológico a cuya fuerza motriz está conectada la vida humana.” (2008: 144) Arendt encuentra paralelismo entre el ritmo de las máquinas y el ritmo natural de la vida. Una sociedad calcada sobre ese movimiento vital sería puro imperio de la necesidad y negación de lo humano. Como recuerda, teniendo en mente la antigüedad clásica y sobre todo la Grecia antigua, “todo lo que los hombres tenían en común con las otras formas de vida animal era considerado inhumano.” (2008: 95) Autores como Arendt, Adorno, Foucault y Agamben concuerdan en afirmar que nuestra sociedad post-Revolución Francesa es, cada vez más, una sociedad volcada hacia este inhumano.

Pero, justamente, el gran evento de la modernidad es el fin de esa idea de lo humano y de la humanidad que Arendt, de modo valiente, para algunos, y conservador, para otros, aún intentó defender y rescatar. Desde el romanticismo, la literatura y las artes (así como todo el llamado campo de lo estético) han sufrido una profunda re-significación. Lo que quisiera enfatizar es que ese cambio de paradigma corrió paralelo a la entronización del proceso vital en la política. Las artes son un momento fundamental en ese contexto, en la medida en que buscan justamente inscribir ese inhumano, la vida animal, en la simple vida. La literatura y las artes se han rebelado contra el racionalismo y el intelectualismo humanista e iluminista y revelan el individuo como un cuerpo que sufre. (Seligmann-Silva 2005) Es esa misma literatura que dibuja e pertrecha al hombre moderno con un inconsciente. Todo el campo estético, por consiguiente, tiene un papel fundamental en la construcción de la era biopolítica. Si esa modernidad se caracteriza por una hipertrofia de la esfera privada es porque ese individuo necesita todo el tiempo de autoafirmarse en un mundo dónde lo público ya no le garantiza un suelo seguro. El animal laborans, para hablar con términos de Arendt, habita la esfera privada y desconoce la pública. Él es el actor de la cultura de masas y del espectáculo del pequeño “yo”, o, como escribe Arendt, de las “pequeñas cosas”, del petit bonheur (2008: 61). No podemos olvidar que la literatura desde el romanticismo tiene en la confesión y en el testimonio dos proto-fenómenos fundamentales. Rousseau, con sus Confesiones (Arendt 2008 49), y el testimonio (religioso y jurídico) alimentaron generosamente lo que se viene escribiendo en literatura desde el romanticismo. O espectáculo del “yo” es, en buena medida, un ersatz del “yo” pre-moderno. Es la tentativa constante de dar forma a lo informe, o sea, a la identidad de ese ser fracturado moderno. Ese ser es un nómada que deambula en un limbo entre el infierno de la ausencia de identidad (de lenguaje y de simbolización, que puede llevar ese ser a la locura) y la promesa de felicidad, cuya realización se vuelve su objetivo principal en la vida. La intimidad es la esfera que el individuo moderno crea como consuelo y compensación delante de la desaparición de la esfera pública. Pero esa intimidad está poblada por fuerzas que escapan a su control. Las artes son momentos de autorreflexión sobre este nuevo estado del ser humano. En ellas, esas fuerzas se metamorfosean en fantasmas, monstruos, seres bifrontes, muertos-vivientes, dobles idénticos y otras entidades extrañas que representan aquello que Freud ha bautizado con el término Unheimlich. Freud, que bebió mucho en las fuentes del romanticismo y encontró en Schelling la mejor definición de Unheimlich, fue quién primero comprendió ese nuevo estado de cosas. Freud reescribió la historia de la cultura del punto de vista de ese hombre romántico dilacerado. Para ese hombre, las fuerzas que antes poblaban los mitos y asombraban las tragedias, invadieron su “yo” y necesitaban de ser exorcizadas.

Delante de este panorama, la frase de Benjamin citada arriba puede ser leída como una descripción de ese nuevo individuo que necesita reinventar la muerte y el amor, después de lo que Benjamin llama conquistas revolucionarias de la “segunda técnica”. Para Benjamin, esa segunda técnica, en oposición a la primera, estaría desprovista de la magia y de la fuerza destruidora del mito. Su característica es el “juego” (Spiel) y su capacidad de crear un nuevo campo de acción para la humanidad, más allá de la relación de objetualización de la naturaleza. Recordando que Benjamin, en 1921, en su texto sobre la “Gewalt”, hablaba de la tendencia de la modernidad hacia el sacrificio de la “vida desnuda” (cf. mi artículo “Walter Benjamin: o Estado de Exceção entre o político e o estético”), vemos que este filósofo no sólo ha sido un pionero de la teorización de la biopolítica (aunque no haya empleado este término), pero también, más allá de esta teoría, procuró introducir una noción positiva de segunda técnica, que aun necesita ser más explorada. Creo que autores como Vilém Flusser y Jacques Derrida pueden también ser de ayuda para el desafío de pensar esa confluencia entre (crítica) de la biopolítica y una reflexión sobre las potencialidades de la segunda técnica.