Autores
Manuel González de Ávila
Palabras clave
Confianza, creencia, episteme, ciencia

2 septiembre, 2012

Cita

«El campo de la confianza parece de hecho coextensivo al campo semiótico, desde el momento en que se admite que la confianza concierne al valor, y en consecuencia, a las condiciones de su emergencia y de su circulación. Entendemos por ello que la confianza es inherente a los lenguajes-objetos, pero también a los meta-lenguajes, aunque estos tiendan a hacernos pensar que la “cientificidad” se mide por la distancia que se toma y se mantiene respecto del creer, cuando la verdadera cientificidad consiste, como sugiere A.-J. Greimas en un artículo luminosamente titulado “El saber y el creer: un solo universo cognitivo”, en lograr admitir que el creer se conserva desplazándose y disfrazándose.»

Jacques Fontanille et Claude Zilberberg, Tension et signification, Bruxelles, Pierre Mardaga, 1998, pp.197-198.

Glosa

Las críticas sobre el presunto relativismo al que conducen los estudios semióticos se han vuelto tan consabidas como, en el fondo, necesarias. No está por tanto de más explorar el modo en el que la semiótica contemporánea ha asumido en cuanto propia la categoría de la confianza, capital también para la sociología y el derecho, en especial a partir de la obra que N. Luhman dedicara a dicho concepto. Si el mundo significa algo en torno nuestro, es sin duda porque previamente esperamos, deseamos y, en cierto modo, provocamos, que así sea: por ejemplo, nuestra fe en la regularidad de los ciclos naturales, en la consistencia de la materia o en la previsibilidad de las respuestas humanas nos permite orientarnos en la existencia y guiar nuestra acción. Todos depositamos cantidades ingentes de confianza en los otros, en las instituciones y en la realidad social, en cada momento de nuestras laboriosas jornadas, sin lo cual, simplemente, no podríamos vivir. Dicho de otra forma: la confianza es la condición de posibilidad trascendental de cada uno de nuestros numerosos actos de desconfianza concretos, el fondo sobre el que estos se inscriben y que les confiere su finalidad (no me fío del motor de mi coche, recelo de las intenciones de mi vecino, dudo de la honestidad de mi jefe, etc.). Hasta ahí nada novedoso. Ahora bien, el que también la ciencia sea objeto de confianza, al menos según A.-J. Greimas y la Escuela de París, debería hacernos reflexionar sobre nuestro estatuto de sujetos y sobre los discursos sociales como lugar en el que nos construimos en tanto que sujetos. A la ciencia le hemos exigido certidumbres y seguridades; ahora es ella la que parece pedirnos a nosotros que le “tengamos fe”, como se dice en el lenguaje ordinario, y en ello convendría ver algo más que una simple consecuencia añadida de la famosa “desaparición de los grandes metarrelatos” (J.-F. Lyotard). ¿Se ha convertido la ciencia en un Dios menesteroso, como en algunas herejías medievales, un Dios que mendiga la atención de sus siervos con el fin de perseverar en su ser? ¿O no será más bien que la confianza general y previa que prestamos al mundo —la certidumbre de que está ahí y perdura, como diría L. Wittgenstein— tiene justamente su reflejo en la confianza que depositamos en la ciencia como el mejor lenguaje posible para hablar del mundo, y para entendernos todos al hablar de él? En ese caso, lejos de alimentar paradójicamente el relativismo, la incorporación del criterio de confianza entre los universales de la condición humana nos abre una vía para escapar a la vez de la inanidad del solipsismo y de la gratuidad del subjetivismo.