Autores
Amelia Gamoneda
Palabras clave
postpoesía, metáfora, tradición, vanguardia

30 mayo, 2012

Cita

“A un poeta que practique la postpoética, poco le importa que a un verso neoclásico le siga la fotografía de un macarrón o una, en apariencia, incomprensible ecuación matemática si esa solución metafóricamente funciona.”

“La actividad, entonces, del poeta, como la del científico, el filósofo o el cocinero, será crear ese tipo de mutaciones, inventar metáforas verosímiles mediante un nuevo lenguaje”.

“Más que de una forma de escribir, se trata de poner en diálogo todos los elementos en juego, no sólo de la tradición poética sino de todo aquello a lo que alcanzan las sociedades desarrolladas, a fin de crear nuevas metáforas verosímiles e inéditas.”

“Todo es susceptible de erigirse en metáfora para el postpoeta con tal de que su ensamblaje cree un poema verosímil, es decir, metafóricamente plausible.”

Agustín Fernández Mallo: Postpoesía. Hacia un nuevo paradigma, Anagrama, 2009, pp. 36-38.

Glosa

Algunas deducciones de las citas que preceden: la postpoesía – que acepta todo, incluso la dudosamente científica imagen de un macarrón– tiende a distinguirse poco del arte en general, de ese arte que sí ha hecho la revolución postmoderna. Además, la postpoesía acepta también la tradición poética, aunque la mixture con “todo aquello a lo que alcanzan las sociedades desarrolladas”. Al avanzar el libro, no parece pues que la interrelación con la ciencia sea definitoria para la postpoesía, con lo que no queda claro, por ejemplo, por qué la ciberpoesía no es postpoesía, tal y como Fernández Mallo ha anotado con anterioridad.

Se afirma sin embargo sin sombra de duda que la metáfora verosímil o plausible es la prueba del buen funcionamiento de la postpoesía. Pero esta claridad enunciativa esconde oscuridad conceptual: ciertamente, la postpoesía no aspira a la metáfora surrealista ni a la creación de imágenes de máxima laxitud referencial. Pudiera ser que la vocación científica de la postpoesía propiciara un trasvase de espíritu científico al ámbito poético, y que, así pues, la metáfora necesitara estar vigilada en su verosimilitud y plausibilidad. Pero, ¿en qué consisten concretamente estas dos cualidades? No hallando respuesta en el libro, caben las suposiciones: ¿lo verosímil y lo plausible indica que la postpoesía pretende un renacer de mímesis realista, esta vez con nuestro desarrollado entorno? ¿Las metáforas han de contener vocabulario tomado de nuestro mundo postmoderno? ¿Las metáforas han de tener un funcionamiento homólogo al de las teorías científicas? ¿Las palabras han de presentarse en el poema como caligramas de la teoría del caos, por ejemplo? ¿La metáfora ha de ser verosímil y plausible desde el punto de vista de la percepción del mundo o desde el punto de vista de la adecuación intelectual a un supuesto científico? ¿Respecto de qué ha de ser la metáfora “verosímil” y “plausible”? y, ¿quién verifica tal cosa? ¿los científicos? Sorprenden ambos términos –“verosímil” y “plausible”– por la carga coercitiva que tienen, una carga que los emparienta con muy antiguas tradiciones poéticas por un lado, aunque también, para ser justos, con aspectos lúdicos muy reglados en ciertas vanguardias.

Bondad de funcionamiento de la metáfora: ésta es la madre de todas las batallas poéticas. Aquello por lo que se preguntan los poetas desde hace siglos. F. Mallo señala hacia tal bondad de funcionamiento de la metáfora, pero declarando al mismo tiempo lo inútil de su investigación: “no cabe preguntarse (es retórico) por la dimensión, la magnitud o el lugar donde se ubica esa bondad” (p. 34). Que no quepa esa pregunta hace surgir otras, fruto de la perplejidad: ¿se tratará de una recusación de la labor crítica y analítica sobre los textos? ¿Qué teoría poética bien avenida con la ciencia puede construirse desde la recusación de los procedimientos analíticos?

Aun desasistiéndolo de textos, Fernández Mallo no logra neutralizar al lector que se pregunta por bondades metafóricas decretadas con autoridad postpoética. Cumpliendo su propio interdicto, el libro no ofrece un acercamiento a una noción específica de metáfora postpoética; sólo en algún momento determinado se habla de pensamiento analógico, lo cual deja suponer que la metáfora evocada por Fernández Mallo se encuentra bien inmersa en la tradición poética de la metáfora. Tratando de restablecer un razonamiento inexistente en el libro, podría considerarse que la metáfora postpoética ha de hacer coincidir uno de sus dos polos con un elemento venido del ámbito de la ciencia. Así pues, tomemos uno de los dos postpoemas ofrecidos por el libro: en él se mezclan las palabras que expresan un principio enunciado por Einstein sobre la electrodinámica de Maxwell con las palabras de Juan de la Cruz que rezan: “no busques satisfacerte en lo que entendieres sino en lo que no entendieres” (palabras que, por cierto, consuelan a muchos lectores de la incomprensión del mencionado artículo de la electrodinámica y de la distribución espacial que hace el postpoema). La suma de ambas citas –pues de citas se trata– tiene algunos añadidos: los nombres de sus autores, una fecha, y un “yo” y un “tú” recuadrados y relacionados con flechas que llegan hasta una frase que reza: “me condujo de tu pulpa al hueso”. Aun sin entender todos los elementos del poema, es posible deducir que la idea que le ronda es la de que “ciertos movimientos llevan a descubrir aspectos que entran en contradicción con las manifestaciones evidentes”. Es decir, todo el poema metaforizaría, simbolizaría o alegorizaría esta idea. Pero lo que interesa destacar es el hecho de que los elementos rescatados del ámbito científico que certifican a esta pieza como postpoema, están funcionando no como referente metafórico (el “tenor”, en retórica) sino como polo en presencia o “vehículo”. Dicho de otro modo, la ciencia es aquí instrumento de expresión de otra cosa. La ciencia ofrece un servicio metafórico a otra cosa y no es la ciencia la que manda sobre el poema: es la postpoesía la que la instrumentaliza.

Aún habría que considerar cómo se produce esa entrada de la ciencia al servicio del poema: además de la disposición sobre la página –que pudiera evocar una representación diagramática de un funcionamiento electrodinámico–, la ciencia se ofrece en el poema como discurso: se expresa en lenguaje natural y no en lenguaje matemático. Se traduce al lenguaje de Juan de la Cruz y al lenguaje de toda poesía; cualesquiera que sean sus contenidos, su traducción al lenguaje natural posibilita en ella los funcionamientos metafóricos del lenguaje humano. Pero, si metáforas hubiera, preciso es decir que su construcción es de orden lingüístico, un orden al que la ciencia sólo contribuye en el nivel de los contenidos.

En lo que concierne al segundo poema ofrecido por Fernández Mallo, se observa lo siguiente: se titula “Haiku de la masa en reposo”, y consiste en una simple fórmula matemática que debería ser tomada como expresión metafórica y por tanto no designar el significado de tal forma matemática. La fórmula matemática tendría un referente misterioso otro que su significado científico: así al menos lo exige la metáfora; expresada en un lenguaje no natural y sin referente cognoscible, la fórmula matemática no es metáfora, porque no hay posibilidad de homología entre vehículo y tenor; es, como mucho, un símbolo hermético, pero no un símbolo interactivo con el lenguaje de doble articulación; pudiera ser percibida como poesía visual (lo cual, es de suponer, disgustaría a Fernández Mallo); en cualquier caso, no parece plegarse a las escasas características que definen la postpoesía.

El intento de demarcación de la postpoesía no logra poner un dique frente a otras poéticas actuales (tachadas de vanguardistas); ni tampoco frente al arte en general, pues, indirectamente, hay que deducir que la poesía no es para Fernández Mallo una producción genuinamente lingüística: hay contaminación de otros ámbitos representativos que no pasan por el lenguaje. Se quiera o no, la postpoesía es percibida como uno de los muy variados injertos poéticos de la producción actual, con quienes coincide en el principio asociativo (y dudosamente “mutante”) de materiales expresivos y significativos heterogéneos.

Se deduce también, en segundo lugar, gran indecisión teórica y ejecutoria en la postpoética; y hay confusión de planos de ubicación para la materia científica: ¿qué tienen que ver estos dos postpoemas entre sí? ¿Qué tiene que ver la fórmula matemática con un De rerum natura donde lo científico –bien poco posmoderno, por cierto– no es vehículo metafórico sino que –caso de ser algo que tenga que ver con la metáfora– es tenor metafórico? No cabe preguntarse por la dimensión, la magnitud o el lugar donde se ubica la bondad metafórica, decía Fernández Mallo. A lo mejor porque no hay que buscar lo que no es posible encontrar. Que Wittgenstein nos socorra.

Continúa en la glosa “Crítica de la postpoética 3”