Autores
Amelia Gamoneda
Palabras clave
postpoesía, mutación, analogía

30 mayo, 2012

Cita

“En la conjunción, mejor dicho, colisión, de estas dos características afines y simultáneamente contradictorias de la poesía y la ciencia [la creación y al descubrimiento de algo nuevo], es donde se da un terreno suficientemente rico como para que ahí fructifique la postpoética. Sólo del estado impuro puede surgir la mutación del ADN. La zona mutante.”

Agustín Fernández Mallo: Postpoesía. Hacia un nuevo paradigma, Anagrama, 2009, p. 119.

Glosa

Una laxa vinculación con la ciencia y su “bondad” metafórica parecen ser, durante buen número de páginas, la única consigna de la postpoesía. Pero lo cierto es que esta idea de la postpoesía evoluciona a lo largo del libro, en función de las metáforas científicas que F. Mallo va aplicando. La elasticidad conceptual del término “postpoesía” se amplía al albur de las metáforas científicas susceptibles de ahormarse en principio teórico poético. En realidad, tales metáforas científicas se proponen desde la representación visual, diagramática y, en última instancia, plástica de un funcionamiento científico: no se proponen desde el funcionamiento científico en sí, sino desde su abstracción representativa. Ello envuelto en títulos enérgicamente científicos, y que sumen al lector ignorante y acomplejado que casi todos somos frente a la ciencia en algo parecido al Síndrome de Estocolmo. Los títulos dicen, por ejemplo: “Los nuevos métodos médicos de diagnóstico por imagen como metáfora de las postpoética”, “Postpoética como red alejada del equilibrio”, “Teoría de redes”, “La formación del poema en términos de atractores” etc. Hay en tales títulos una tendencia a sustituir la metáfora por la comparación, con inclusión explícita de sus conectores: “como”, “en términos de”. Y esa tendencia tituladora es un lapsus teórico de importancia: en realidad, lo que se propone en este libro no es tratar de la metáfora específicamente científica en el seno de los postpoemas, sino establecer una serie de comparaciones entre ciertas representaciones de la ciencia y su posible modulación en términos generales como teoría de lo que ha de ser una nueva poética.

Pero si la comparación no es metáfora, aún es menos “mutación”. Y precisamente la mutación y lo mutante – términos ya puestos de moda por una cierta “literatura mutante” venida de allende los mares y por Vicente Luis Mora– es asunto de importancia para F. Mallo. La postpoética buscaría esa “mutación”. Dice la cita que encabeza esta glosa: “En la conjunción, mejor dicho, colisión, de estas dos características afines y simultáneamente contradictorias de la poesía y la ciencia [la creación y al descubrimiento de algo nuevo], es donde se da un terreno suficientemente rico como para que ahí fructifique la postpoética. Sólo del estado impuro puede surgir la mutación del ADN. La zona mutante.” (p. 119) La intuición es buena, pero demandaría un desarrollo teórico que el libro no construye. Sí conviene sin embargo matizar una diferencia que F. Mallo establece demasiado tajantemente: “clásicamente, la ciencia tiende a descubrir y la poesía a crear” (p. 119). Desde los trovadores se sabe que “trovar” significa al mismo tiempo encontrar y crear, que ambos actos son las dos caras de una misma moneda. Del poeta, del creador, decía Foucault que era el que encontraba las semejanzas salvajes bajo los signos. Desde hace mucho tiempo, la poética sabe que la poesía ejerce esta doble actividad, y ello es una ventaja de la poesía sobre la ciencia; una ciencia que –ella sí– hasta tiempos recientes ha creído que su propio cometido era encontrar y no crear. Parece que esto está cambiando en el interior de la ciencia, y tal cambio es una de las razones por las cuales ésta se ha empezado a interesar por los procedimientos creativos literarios y más concretamente poéticos.

Por eso no parece adecuado que la poesía deba andarse con complejos al acercarse a la ciencia, y haya de llamar a su puerta disfrazada de postpoética. Es cierto que lo que la poesía ambiciona de la ciencia son sus objetos y productos: la exactitud de sus descripciones y representaciones de lo real, y el consenso que ello suscita. Pero lo que la ciencia ambiciona de la poesía es su funcionamiento doble: el hecho de que, cuando crea, encuentra (descubre nuevos modos de experiencia de lo real, recorta nuevas realidades en el mundo en virtud de esa experiencia). No es pues conveniente que, en el acercamiento a la ciencia, la poesía deba menospreciar su codiciado doble funcionamiento. Aunque en muchas páginas de F. Mallo se pueda inferir que aboga por lo contrario, en realidad él sabe intuitivamente que la poesía no debe ceder en sus modos de funcionamiento: no en vano sigue designando a la metáfora como base de la postpoética y como funcionamiento en el que debiera subsumirse la ciencia dentro del ámbito postpoético. El problema es que el libro confunde objetos con funcionamientos; cuando interconexiona objetos científicos y objetos poéticos –como pueden ser el discurso sobre la ley electrodinámica y las palabras de Juan de la Cruz– sostiene que el funcionamiento poético cambia, es decir: que la naturaleza del poema muta. Pero eso es lo mismo que pensar que alguien se convierte en jabalí porque haya comido cochinillo. Se trata de una digestión, no de un injerto.

El injerto es otra cosa, la mutación es otra cosa. Y su abordaje queda pendiente (no es de extrañar, dada su dificultad). De producirse, el injerto o mutación deberían interesar a la ciencia, y no sólo a la poesía. Y parece difícil que el postpoema consistente en una simple fórmula matemática incumba a los intereses de la ciencia.

La idea de mutación que se arroga la postpoética desvela su fragilidad en alguno de los breves desarrollos del libro que conectan la postpoética con teorías del ámbito científico. F. Mallo defiende, por ejemplo, que la poesía ortodoxa es una red cerrada (y en ocasiones aislada, dice, de la cultura circundante). La postpoética y el resto de las artes serían redes abiertas, “en constante intercambio y flujo con la cultura circundante –entendiendo “cultura” no como ilustración sino como formas y estilos de vida de una sociedad” (p. 145). Estas formulaciones tan generales piden mayor clarificación. Pero lo que se proporciona son dos esquemas, uno para la poesía ortodoxa y otro para la postpoesía: la diferencia entre ambos esquemas es que en uno hay una raya y en otro una línea de trazos discontinuos. Y sí, significan lo mismo que en una carretera: en la poesía ortodoxa nada pasa de la poesía a la cultura; en la postpoética sí. Con algo más de sofisticación gráfica se aplican en sucesivos capítulos las ideas venidas de la ciencia, pero sin bajar a cuestiones de detalle: ¿en qué consiste lo que se nombra como “intercambio y flujo con la cultura circundante” cuando no es ilustración? El autor está hablando de una operación entre heterogéneos –el lenguaje y la cultura– que nunca se especifica más allá del patchwork. La postpoética no se ocupa de la necesidad de catalizadores entre heterogéneos, no describe mutaciones en el funcionamiento genético del lenguaje poético. El simple recorta y pega de elementos heterogéneos no describe un funcionamiento poético ni postpoético.

Ya en las páginas finales, se lee: la postpoética “propone la flotación, la múltiple conexión entre todos los planos/campos del conocimiento” (p. 177) y se insiste hablando de la “succión y ampliación de la poesía a todos los campos del ocio, la estética y el conocimiento”; y remachando: “no hay nada ‘exterior’ a la poesía postpoética porque nada le es ajeno”. Dotada de estructura rizomática, la postpoesía es pensada como carente de gen, de lo que el lector deduce que ya ni necesita mutar, porque lo es todo. Pero si la poesía es verso que contiene el universo, es cosmos en el sentido griego de “tocado”, algo tan superestructural que termina siendo superficial. Así, por ejemplo, ocurre que, en este libro, la postpoetica lo mismo tiene flujos con toda la cultura que está “fuera del tiempo” (p. 67) Y, en el capítulo que se titula “El rizoma como posible modelo postpoético”, la exposición se mueve con un simple vaivén entre la somera descripción de lo rizomático y las acotaciones que vienen a afirmar continuamente su analogía de orden general con la postpoética.

Como muy bien conoce F. Mallo, desde Sokal, Bricmont o Bouveresse hemos de andarnos con pies de plomo a la hora de hablar de analogías entre ciertos campos. Pero también parece necesario someter a tales precauciones las analogías basadas en conceptos como el de “mutación”. Pues el demonio de la analogía bien sabe cambiar de apariencia.