Autores
Manuel González de Ávila
Palabras clave
Enunciación, principio de inmanencia, autonomía de lo semiótico, interdisciplinariedad, transdisciplinariedad

27 diciembre, 2012

Cita

La gran revolución de las ciencias del lenguaje del siglo XX fue producción del concepto de enunciación, esa elusiva dimensión de todo acto semiótico que no suele decirse en el enunciado —o que lo hace indirectamente— sino que, sobre todo, se muestra en él, a través de un conjunto de marcas y huellas en las que se percibe la presencia de su instancia de producción, del enunciador.

Estudiar la enunciación, tras la que hay siempre un sujeto real, carnal, vital, exige romper las barreras entre las disciplinas científicas, y superar el principio de la inmanencia.

Jean-Claude Coquet, Physis et Logos. Une phénoménologie du langage, Paris, Presses Universitaires de Vincennes, 2007, p. 127.

Glosa

La semiótica ha salido, probablemente para largo tiempo, de su dogmático sueño textualista y formalista, y lo ha hecho gracias sobre todo a la emergencia teórica de la enunciación. Todo objeto semiótico (una frase, un poema, un texto, pero también un cuadro, una película, incluso una pieza de cerámica o un mueble tallado a mano) es el resultado de un proceso de producción que moviliza los recursos disponibles —simbólicos y materiales, o si se prefiere, formales y sustanciales— y que al hacerlo imprime en ellos las huellas de una intención y de una historia. Sin proceso de producción no habría producto; y sin productor, no habría proceso de producción. Reaparece así el sujeto dentro de una disciplina que soñó con lograr extirparlo de su seno para no atender sino a la objetividad del sentido, y a su trascendencia respecto de los destinos individuales. Ahora bien, si la enunciación siempre puede ser reconstruida a partir del enunciado, si incluso un hacha de sílex lleva en ella las marcas de la técnica de golpeo con la que fue realizada, y que nos permiten imaginar con verosimilitud un cuerpo en acción, dotado de ciertas capacidades cognitivas y pragmáticas, dentro de un entorno material, a su vez definido por algunas propiedades presentes y por otras ausentes, entonces estudiar la enunciación obliga a abandonar el positivismo miope y el empirismo mal entendido para atender a lo que, como afirma Coquet citando a Wittgenstein, se muestra sin decirse. Y lo que se muestra rompe la identidad del objeto y las barreras ontológicas entre este y el sujeto: del mismo modo en que el hacha de sílex es humanidad petrificada, y por tanto tiempo e historia coagulados, así un soneto a Orfeo de Rilke o un filme de Kiarostami son los testimonios estructurados de una antropología global que la teoría de la literatura o el análisis del cine no serían capaces de aprehender sin contar con el concurso de otras ciencias, tanto sociales como naturales o exactas, pues todas ellas describen desde distintos puntos de vista un mismo horizonte óntico que se da como un continuo de experiencia. ¿Cómo analizar hoy, por ejemplo, un puñado de versos sin saber qué tipo de procesos sensoriales y cognitivos desencadena la poesía en sus autores y lectores, sus co-enunciadores; y cómo investigar la creación y la recepción de una instalación artística sin recurrir a la psicología de la percepción, a la kinésica y a la proxémica movilizadas por el artista y por los espectadores? La autonomía del objeto semiótico, y la autarquía de cada disciplina científica, revelan así sus límites.