Autores
Francisco González Fernández
Palabras clave
lenguaje, matemáticas, poesía, Casandra

14 diciembre, 2011

Cita

Monólogo

Es una cosa ciertamente extraña el hablar y el escribir; el verdadero diálogo es un mero juego de palabras. Es de admirar el ridículo error de que la gente crea que habla para decir las cosas. Precisamente lo propio del lenguaje, que sólo se preocupa de sí mismo, no lo sabe nadie. Por eso es un misterio tan maravilloso y fecundo que cuando uno habla sólo por hablar, justamente entonces, exprese las verdades más espléndidas y originales. Quiere, sin embargo, hablar de algo determinado, y el caprichoso lenguaje consigue que diga las cosas más ridículas y equivocadas. De ahí proviene también el odio que mucha gente seria siente contra el lenguaje. Nota su petulancia, pero no nota que aquel charlar que desprecian es la cara infinitamente seria del lenguaje. Si se pudiera hacer comprender a la gente que el lenguaje es como las fórmulas matemáticas – constituyen un mundo en sí – sólo juegan consigo mismas, no expresan otra cosa que su maravillosa naturaleza, y precisamente por eso son tan expresivas – y por eso se refleja en ellas el singular juego de relaciones de las cosas. Sólo por su libertad son miembros de la naturaleza y sólo en sus movimientos libres se manifiesta el alma del mundo y las convierte en una delicada medida y compendio de las cosas. Lo mismo sucede con el lenguaje – quien posea un fino sentido de su digitación, su compás, su espíritu musical, quien perciba el delicado efecto de su naturaleza interior, y mueva según éstos su lengua o su mano, llegará a ser un profeta, por el contrario, quien lo sepa, pero no tenga oído ni sentido suficiente, escribirá verdades como ésta, pero el lenguaje mismo le engañará y los hombres se burlarán de él como los troyanos hicieron con Casandra. Si con ello creo haber indicado de la forma más clara la esencia y la función de la poesía, sé que ningún hombre puede entenderlo y que he dicho una tontería, porque he querido decirlo y de esta forma no surge poesía. Pero ¿y si tuviera que hablar? ¿Y si este instinto del lenguaje que me hace hablar fuese la marca de la inspiración y los efectos del lenguaje en mí? ¿Y si mi voluntad sólo quisiera todo aquello que debe; así podría esto ser finalmente, sin yo saberlo ni creerlo, poesía y hacer comprensible un misterio del lenguaje? ¿Y así yo sería un escritor porque el destino me ha llamado, pues un escritor no es otra cosa que alguien poseído por el entusiasmo y el espíritu del lenguaje?

Novalis, “Monólogo”, en Estudios sobre Fichte y otros escritos, R. Caner-Liese, Madrid, Ediciones Akal, 2007, pp.269-2

Glosa

En tanto que discurso que habla acerca del discurso, que charla (en apariencia) despreocupadamente sobre la naturaleza del lenguaje, con una autorreflexión irónica que rompe lo redondeado del discurso, el famoso Monólogo de Novalis es una puerta abierta a la incertidumbre, de tal modo que uno no acierta nunca del todo a saber si se enfrenta a una especulación rigurosa y profunda o más bien a una cháchara insustancial sobre lo insustancial de la cháchara. Hoja suelta, sin fecha ni título seguros, como si Novalis la hubiese abandonado en medio de la nada o salvado de algún incendio, el Monólogo resulta tan fascinante, monumental y taimado como el caballo de Troya. En un costado pueden verse grandes letras dedicadas al culto de la inteligencia mientras que el otro flanco disimula un escotillón cuya apertura destruirá cualquier muralla y lo invertirá todo. La poesía, dirá en otra parte Novalis, es matemática y “el álgebra es la poesía”. Las fórmulas matemáticas son entonces como el lenguaje poético, constituyen un mundo en sí mismo y un juego de formidable eficacia en cuyo centro se oculta algo indecidible y misterioso que todo lo infecta. Las matemáticas tardarán más de un siglo en entender lo que Novalis había profetizado en estas enigmáticas líneas.